Повесть А. А. Федотова «Николушка» на испанском. Фрагмент. Переводчик Полина Канкия

Traductora – Polina Kankiya
Nicolasito

Les ofrecemos a nuestros lectores una historia de Aleksey Fedotov. La hija del padre Nicolás y su esposo murieron en un accidente y ahora a su hijo Nicolasito lo están educando sus abuelos. Después de la tragedia la esposa del padre ya no quería ir mas al templo ni tampoco quería rezar en la casa. “¿Qué sentido tienen tus oraciones?” – irritadamente le decía ella a su marido. Pero una vez el nieto le pidió a su abuelita que le leyera sobre la vida de San Nicolás…


El abuelito y su nieto

Las abuelitas que estaban paradas a la salida del edificio, a las cuales ni siquiera las asustó el desmontaje de los banquitos el año pasado ni tampoco las hizo cambiar su vocación, que era como ir regularmente a trabajar, reunirse en este sitio, para cotillear sobre todos que pasaban por ahí, se callaron de repente. Sus miradas con mucho interés se clavaron en el hombre que tenia cana y llevaba un abrigo impermeable con pelo muy corto y una pequeña barba, el cual llevaba de la mano a un niño de 7 años aproximadamente.
¡Buenos días, padrecito! – delicadamente sonrío Vera, la cual por lo general no le sonreía a nadie, ni tampoco saludaba a nadie primera.
Muy buenas, — tranquilamente y amablemente le respondió el hombre.
El resto, incluyendo al niño, también le respondió “buenos días”. En cuanto la puerta del edificio detrás de esas personas que llamaron tanto interés se cerró, Zina, la cual no aguantaba ya sus ganas de comentar al respecto, vivamente comenzó a hablar.
¡Vaya como es, el padre Nicolás, pareciera que debería tenerlo todo bien, ya que el reza frecuentemente, y vaya que desgracia tuvo en su vida!
¿Qué tragedia? – con mucho interés preguntó Lida, la cual hace poco había sido aceptada a una sociedad tan “honorable” y no tenía el nivel de poseer la información adecuada aún.
Zina indulgentemente la quedó viendo, como a una persona, con la cual no tenía de que hablar en general, pero después se dio cuenta que ella tenía la oportunidad de encontrar a una oyente agradecida, y rápidamente comenzó a contar:
El tuvo una tragedia hace unos meses. Su hija con su marido estaban regresando de descansar y su avión se accidentó. Que pasó en realidad nadie sabe. Solo que se quedó huérfano su hijo Nicolasito…
Ese era el niño que iba caminando con ellos ahora? – aclaró Lida.
El mismo. Vive ahora con sus abuelitos aquí el huerfanito… — se puso a decir Zina. – Y el entendió todo pero ni siquiera está llorando, es muy tranquilo y muy serio…
¿Por qué el tuvo que vivir todo esto? – sorprendidamente le preguntó Lida. – Yo pensaba, que si alguien reza, le tiene que ir bien en la vida…
“Bien” – es un término relativo, — de repente y con tristeza dijo Vera. – El padre Nicolás estaba lamentando mucho, que la hija y el yerno se dedicaron mucho a los placeres terrenales, que hasta querían mudarse a los Estados Unidos y llevarse con ellos al pequeño Nicolasito…
¿No me digas que ese fue el sacerdote que rezó para que ellos se estrellaran? – con ojos llenos de terror dijo Lida.
¡Que se te parta la lengua! – rudamente la interrumpió Zina. – ¡Vaya cosas que se te vienen a la cabeza! ¡Claro que no! ¿Sabes como el amaba a su hija? ¡Lo que pasa es que él es callado, no le gusta hablar, pero nosotras igual sabemos todo sobre todos!
¿No me digas que todo? – se rió Vera. – ¿Y que pasa con su mujer?
Ella quedó inhabilitada después de esta tragedia. Apenas puede moverse por el departamento. Así que el padre Nicolás tiene que hasta inclusive hacer la mayoría de los quehaceres domésticos solo.
¿Y por qué él no anda en su sotana? – de repente con mucha desconfianza preguntó Lida. – ¿Se avergüenza o qué? ¿O tiene miedo?
¿Qué tiene que él avergonzarse? – se rió Vera. — ¿Y peor a que temerle? Aquí lo conocen todos. No, eso que desde la época soviética se le quedó esa costumbre. En aquel entonces le prohibían a los sacerdotes andar en sotanas en las calles. Así que ellos se inventaron poner un lado en el hombro izquierdo y el otro lado se lo ponían en el derecho, se ponían encima una bufanda y el abrigo impermeable – así nadie podía pensar que ellos andaban en ropa eclesiástica. Pero si se sacaban el abrigo se veía enseguida que tenían el uniforme completo.
Yo pienso que andar en las tiendas en sotanas tampoco es muy práctico. – inteligentemente anotó Zina.
¿Y él es buena persona, ese padre Nicolás? – pensativamente preguntó Lida, a la cual hace tiempo la inquietaban ciertas preguntas, pero ella no sabía a quién preguntárselas.
¡Bueno! – molestosamente se burló de ella Zina. – Si él, si es lo que quieres saber, es santo. Bueno, o casi santo, en el peor de los casos.
¿Es cierto eso? – sin mucha confianza exclamó Lida.
No sé nada del santo, — pensativamente dijo Vera, — pero te voy a dar un ejemplo…

Tres Estudiantes

En el edificio hecho de bloques de cemento de nueve pisos, donde vivía el padre Nicolás, muchos alquilaban departamentos a los estudiantes universitarios, lo que no era nada sorprendente, considerando, que la universidad quedaba relativamente cerca. Un día en el mismo piso de la zona común cerca del padre Nicolás alquilaron el departamento tres estudiantes: Lisa, Marina y Lera. Ellas eran muy jóvenes, venían de otros sectores, ellas no tenían familiares en esa ciudad.
El sacerdote tenía una regla: el nunca se acercaba a decir nada a nadie, respondía solo si le preguntaban. Pero cuando él vio a una de las chicas que estaba sentada en la escalera llorando, él preguntó de todos modos:
¿Qué te pasó?
¡Yo lo tengo todo muy mal! – le respondió Lisa.
¿Me puedes aclarar?
¡Qué puedes hacer tú! – irritadamente le gritó ella. — ¿Decirme que rece? ¿Qué Dios me va a ayudar? ¡No va a mandar nada El!
¿Y cómo tú sabes? – tranquilamente preguntó el sacerdote y Lisa se calmó.
De verdad me siento muy mal, yo no sé ni que hacer, — dijo ella.
Cuéntame.
Y la señorita tristemente comenzó a contar, como salía con Dimitri, el cual le daba flores, regalos y parecía muy bueno. Pero después el destino la unió con Andrés y ella entendió que él era su destino.
¿Y Dimitri no te suelta? – se rió el padre Nicolás.
¡Peor! – se puso a llorar Lisa. – Yo estúpidamente le presté setenta mil rublos – yo quería comprarme un abrigo de piel muchísimo. Y él ahora me dice: si dentro de tres días no me devuelves mi dinero, yo tu deuda la voy a transferir a una mafia y te va a tocar trabajar esa deuda como una prostituta. Y cuando termines de pagar esa deuda podrás ir donde tu Andresito.
La cara del sacerdote se puso pálida. Él ya hace tiempo se acostumbró a la grosería a su alrededor, pero cada vez su nueva forma le hería el corazón. De una manera rara justo hoy día le dieron setenta mil rublos – fue una persona bastante solvente que vino a su iglesia, habló buen rato con él, luego le dio un sobre: esto es personalmente para Ud., lo puede gastar en lo que vea más pertinente… Raramente le pareció que justo esto era lo más necesario.
Yo te voy a dar los setenta mil, — dijo Él. Pero sola no se los entregues, anda con tu Andrés y llevad con vosotros a alguien más como testigo.
¡Pero Andrés no sabe nada!
El tiene derecho a saberlo todo, ya que tu estas uniendo con él tu futuro. Y tiene derecho a elegir, si quiere tener un futuro contigo o no, considerando todas las circunstancias. ¿Espero que tú todavía no has comenzado la paga de tu deuda?
¡Qué va! – sorprendidamente exclamó Lisa.
Qué bien. Toma el sobre.
Al recibir el sobre en sus manos, la chica de repente entendió lo que pasó:
¿Padrecito y como yo se lo voy a devolver? ¡Yo no tengo como devolverle la deuda!
De eso ni pienses, — le hizo un gesto con la mano el padre Nicolás.
Gratis recibo, gratis lo entrego.
¿De qué me habla?
No te preocupes de esto. Piensa, como seguir viviendo correctamente.
¿Y ese es un santo? – se molestó Lida. – ¡Le entregó a una prostituta semejante cantidad de dinero!
¡Ella no es ninguna prostituta! – la interrumpió Vera.
¡Me imagino que ya se hizo!
¡Nada que ver! – exclamó Zina. – Le contó ella todo a Andrés, pero él no se puso a reprocharle nada por el pasado. A propósito, no sabía Lisa, quien era su enamorado, Andresito resultó ser el ayudante del fiscal. Le devolvieron ellos el dinero a ese Dimitri, Andrés le hablo de una manera tan específica que ese individuo (Dimitri) se olvidó de como se llamaba su enamorada. Y viven ahora Andresito con Lisita ya tres años y muy bien, en aquel edificio, ya tienen dos niños.
¿Y no tuvo ni un pensamiento de devolverle el dinero el ayudante del fiscal al padre?
Si tuvo, pero esto ya sería una historia completamente diferente.
Marina y Lera en cuanto Lisa se casó se quedaron las dos en el departamento alquilado. De repente a Marina le apareció un admirador mucho mayor que ella. Le demostraba de formas distintas su admiración pero ella no lo aceptaba. Después su mamá se enfermó y necesitaba sesenta mil rublos para su cirugía. No era un dinero muy grande. ¿Pero de donde una estudiante lo iba a sacar? Marina le pidió ese dinero a su admirador de forma prestada. Él se lo dio sin ningún problema, la cirugía se dio bien y la mamá se curó. El admirador le dijo de repente a Marina: devuélveme mi dinero o vive conmigo. Pero eso le dolió un montón en el corazón y en su conciencia. Se fue ella caminando y llorando. En su camino encuentra a Lisa, a la señora casada, ya que se veía como una dama muy importante. “¿Por qué lloras?” – le preguntó. La chica le contó todo.
Se puso Lisa a pensar y dice: tenemos que hablar con el padre Nicolás, para ver que nos puede aconsejar. Y el justo iba caminando. Lisa corriendo se acercó donde él y dice: “Queríamos nosotros con Andrés devolverle la deuda que tengo con Ud. Pero a Marina le sucedió una historia así… ¿Qué hacemos? ” El padre le respondió: “Ese es tu dinero. ¡Haz como lo creas más pertinente!” Lisa le dio diez mil rublos en la mano y le susurró: “¡Vamos a ayudarle a Marina!” “¡Tú lo decides!” – se sonrió el sacerdote.
“¡Pero tú no vayas donde él sola! – le dio ese consejo a su amiga Lisa. — ¡Uno nunca sabe que pueda pasar! Mi marido tiene un buen amigo, Pedro, él trabaja en la policía, él irá contigo!”
Claro y después ellos lo devolvieron todo y ese Pedro resultó que no estaba casado y ellos vivieron por mucho tiempo felices… — con mucha desconfianza puso mala cara Lida.
¿Por qué vivieron? Ellas aún viven, pero en otro sector. ¡Son una excelente pareja! – sonrió Vera.
¡Todo esto parece como en un cuento asquerosamente dulce! – puso su cara Lida. – Esto no es de la vida real…
¿Por qué? – se sorprendió Zina. – Es muy de la vida real. Y con la tercera amiga todo salió aún más raro…
El padre Nicolás metió dentro de su bolsillo los diez mil rublos, y se fue caminando a su casa. De repente el vio que sobre el asfalto estaba sentado Grisha, un joven pero muy famoso borracho del sector, y estaba llorando. El vio al padre y gritó:
¡Padrecito, sálveme!
¿De quién? – le dijo sin prestar atención el padre Nicolás, pero después vio que parecía serio el asunto del joven y le dijo: — Vamos, cuéntame!
Pero resultó que Grisha no solo era un tremendo borracho, también era un adicto apostador. Él apostó en un juego de cartas a unos imbéciles que iba a matar a la chica del edificio, la cual se llamaba Lera. “¡Estaba muy borracho, no era yo mismo!” – estaba llorando él. Y después dijo: “¡Mejor me hubiera matado a mi mismo, ya que ella me gusta mucho! Pero realmente tengo mucho miedo que esto no la va a salvar.” Él lloró muy duro, después cayó arrodillado y temblando le susurro: “¡Padrecito, mi querido, ellos están dispuestos por diez mil rublos olvidarse de mi deuda horrible! ¡No me dejes por todos los santos te lo pido!”
El padre Nicolás sentía las estafas inmediatamente, ya tenía mucha experiencia, pero algo lo empujó a darle a ese borracho los diez mil rublos, los cuales Lisa se los devolvió. Pero lo miró al borracho estrictamente y le dijo: “Mira, es tu última oportunidad!”
¿Y qué? – puso cara de amargada Lida. — ¿No mató él a esa Lera? ¡Y no la hubiera matado nunca!
No la mató es una cosa, pero él en aquel entonces hasta dejó de consumir el alcohol. Lo dejó para siempre, — pensativamente dijo Vera. – Y después de medio año se le acercó a Lera y se lo confesó todo.
¿Y ella?
Ella se puso molesta al comienzo, pero después lo perdonó, porque realmente él se hizo una persona diferente. Estaban saliendo ellos alrededor de un año y después se casaron. Lera dio a luz a un niño…
¡Vaya, que asco, parecen cuentos para mocosos! – molestamente dijo Lida. – ¡No puedo ni seguir escuchando todo esto! ¿De dónde vosotras sabéis todo esto?
Las chicas son muy charlonas, ellas mismas nos lo contaron todo, — se rió Zina.
¡No, yo no quisiera un marido como Nicolás ni gratis! – de repente muy tajantemente gritó Lida. – Como es que él anda despilfarrando dinero en mujeres y gatos desconocidos. ¡Yo no hubiera esperado el accidente del avión, me hubiera dado un paro cardíaco mucho antes!
Si tú puedes estar feliz, que tuviste suerte, — inesperadamente y tranquilamente dijo Vera, en el momento cuando Zina con su molestia no sabía ni que decir y se puso muy roja. – Tu marido no es padre Nicolás, es León, a quien la última vez sobrio lo vieron hace diez años y quien no trae ni un solo centavo a la casa, solo malgasta en tragos a parte de su jubilación parte de la tuya. ¡Pero tú tienes que estar contenta ya que el no regala ese dinero a otros!

Madrecita Anna

La esposa del padre Nicolás, después de que su hija y su yerno murieron en el accidente aéreo se puso realmente muy mal. Ella apenas podía movilizarse dentro del departamento, nada le daba alegría. La única felicidad era que su nieto Nicolasito no se fue de viaje junto a su hija Elena. Su yerno Aleksey no le daba mucha pena, al revés: porque él no escucho a su suegra, ya que ella le dijo que no debía ir a ningún lado. Ahora el murió, pero él no importaba mucho: él era un hombre adulto, porque era de lamentar su partida, pero Elena si le daba mucha pena. Lo bueno que ella era inteligente, escuchó a su madre y no lo llevo a Nicolás a ningún sitio.
Después de lo que le pasó a la hija, Anna no quería más ir al templo ni tampoco le placía rezar en su casa. Al marido ella lo comenzó a molestar todo un siempre:
¿Qué sentido tienen tus oraciones? No hay manera ya de regresar a Elenita.
El estaba callado con mucho dolor, sintiendo que hablar ahora no tenía sentido. Su esposa no solo se ponía molesta con él, pero también les gritaba a los miembros de la congregación los cuales la llamaban tratando de apoyarla en su tragedia:
¡Idos a un sitio muy lejano con su consolación! ¡Y ya basta de decirme a mí como a una vieja amargada madrecita Anna! ¡Yo ya me gradué de la universidad hace 30 años, por cierto! ¡Soy Señora Anna para todos a partir de ahora!
Y al colgar el teléfono se tiraba sobre su almohada llorando muchísimo.
Nicolás primero se apartaba de la abuela, que intentaba de enviarle toda su atención y ternura extrema que era tan repugnante al igual que su histerismo, pero dentro de un mes se acercó donde ella con un libro y le pidió:
Léeme por favor.
¿Qué es ese libro? – se interesó ella y al verlo le hizo un gesto despectivo:
¡Tontería esto son puros cuentos!
¡Esto no son cuentos! – de repente secamente le respondió el nieto. – Es sobre la vida de San Nicolás El Milagroso.
¿No son cuentos? – sorprendida lo quedó viendo Anna. — ¿Y tu cómo lo sabes?
Lo sé. Él le ayuda frecuentemente al abuelito. Mi abuelito no lo puede ver; de vez en cuando San Nicolás está ahí cerca y le da pistas de que hacer y él hace.
¿Y tú lo ves? – se asustó la abuelita pensando que su nieto se está volviéndose loco del choque nervioso que produjo la muerte de sus padre.
No, no lo veo. Pero lo sé todo.
Al tranquilizarse que su preocupación era por gusto, que eran fantasías comunes entre los niños, Anna le preguntó:
¿Y como hace el abuelito lo que no le place hacer? ¿Dónde está su fuerza de voluntad? ¿Qué él es una marioneta?
No, porque dices eso, — sabiamente le respondió Nicolás. – El reza cada mañana: “San Nicolás, ayúdame a hacer todo correctamente en este día”, y aquel le ayuda.
Sorprendida Anna abrió el libro en cualquier página:
Vamos a leer. “En Patarakh vivía un hombre, el tenía tres hijas muy bellas. En algún tiempo el era muy rico, pero después de unas circunstancias desagradables el cayó en una necesidad extrema.
Ella leyó, como el hombre, al estar en una situación crítica se comportó digamos directamente muy mal. Como decía en el libro, “al pobre padre quien perdió toda la esperanza de mejorar su posición social, lo llevó a tener un pensamiento terrible – sacrificar el honor de sus hijas, sacar de su belleza al menos algunos medios de existencia ”. “¿Y qué quería hacer él de ellas, unas mantenidas o en seguida prostitutas?” – con tristeza pensó Anna, muchas veces antes ella ya había leído esta historia pero ahora, después de la muerte de su hija, ella les sentía mucha compasión por las chicas en su corazón, las cuales eran más jóvenes que Elena, y también sentía odio por el padre que tenían.
Y cuando ella sabiendo bien que seguía adelante le estaba leyendo a su nieto como San Nicolás le tiró por la ventana a ese hombre una bolsita con oro, y cuando aquel lo utilizó para casar a la hija mayor, le tiró segundo y tercero y con eso no solo salvó a las señoritas de vergüenza pero también les ayudó a ubicarse bien en esta vida, el hielo que estaba en su corazón y alma, después de la noticia del accidente aéreo comenzó a derretirse rápidamente. Los ojos de Anna inesperadamente se llenaron de lágrimas.
Tú dices que es San Nicolás quien lo hace a nuestro padre Nicolás hacer algo bueno de lo que él hace por ejemplo?
El sorprendido levantó sus ojos:
¡Tu hace tiempo que ya no le habías dicho al abuelito padre Nicolás!
Si, después del accidente y no tenía razón. Pero tú no me respondiste mi pregunta.
¡Si precisamente él es, pero él no lo obliga, él le ayuda! – seriamente le confirmó Nicolasito.
En ese momento entró al cuarto el sacerdote, que estaba interesado en su charla:
¿De qué están hablando aquí?
Resulta que por gusto yo te estaba retando por aquel dinero que tú le diste a las muchachas y al borracho.
¿Qué dinero? – se puso serio el padre Nicolás.
Sobre cual me contó Zina.
¡No hubo nada! – irritadamente le respondió el sacerdote.
No, si hubo. ¡Pero de pronto es verdad tú no tienes que ver nada en esto ya que todo esto lo hizo San Nicolás! – sonrió Anna.
¿Hizo algo bueno? – suavemente preguntó el padre, sintiendo que dentro de su esposa estaban pasando unos cambios muy significativos.
Muy bueno, — silenciosamente le respondió ella. – Llévanos mañana con Nicolasito a la iglesia, cuando vas a ir a dar la misa. ¿Te parece?
Bueno, — le respondió el sacerdote.
Nicolás se les acercó y los abrazó a sus abuelitos. El sentía, que algo muy malo se les fue, y a él lo abandonaron todas las fuerzas.
¡Yo quiero dormir mucho! – dijo el niño.


La comisión del perdón

El padre Nicolás tenía que hacer demasiadas cosas aparte de ser sacerdote: ya que al padre en Rusia se le imponían muchas cosas de la vida cotidiana, que a veces ya él, tenía pensamientos en que si de pronto era a propósito eso, para que él hiciera cualquier cosa excepto el servicio divino.
En la provincia donde él servía, a los sacerdotes los incluían en todos los lados: y en la cámara pública, y en todos los posibles consejos públicos en varias estructuras, y al padre Nicolás lo han puesto a trabajar en la comisión del perdón del gobernador local, aunque en este tipo de comisiones por lo general los padres no estaban incluidos. Y después se les ocurrió poner a alguien en sotana para que fuese “exótico”. Pero muy pronto se arrepintieron de su decisión: no era muy provechoso tenerlo al padre arcipreste Nicolás y a veces hasta incomodo para ellos, ya que él ¨no sabía trabajar en equipo¨, y tenía opinión propia la cual nadie la necesitaba ahí: ya que su conciencia pastoral y cristiana no le podía permitir callarse.
Pero el límite de paciencia de los miembros del comité, quienes eran personas razonables y entendían, que era necesario hacer las cosas no desde la locura de su cabeza sino como gente más experimentada e inteligente mayor, los cuales podían ver mejor y aconsejar; se acabó con un truco del padre, después del cual todos ellos como uno solo estaban haciendo la petición de que lo sacaran del comité de la comisión. Y su solicitud fue concedida. Y ahí paso esto.
La petición de la solicitud del perdón la solicitaron tres empresarios, los cuales como bien sabían todos los miembros de la comisión no tenían la culpa de nada, pero se le cruzaron a un gran oficial del gobierno y ahora estaban pagando su sentencia. El corazón le ´´decía´´ a los miembros de la comisión, que era necesario satisfacer la petición y recomendar al gobernador y mandar la solicitud del perdón al presidente.
Pero el cerebro les indicaba que portarse así era muy apresurado, porque sentir pena por otros es un lujo, el cual no se podía permitir cualquiera, especialmente si era por su propia cuenta y después tocaba pagar por eso. ¿Quién podía saber que podía pasar? Y el oficial llegaba a los juicios y les decía seriamente que bajo ningún atenuante ellos tenían el derecho de satisfacer la petición de los presos.
Y ahí como por la mala suerte ese padrecito salía con sus charlas idiotas. No decía nada en especial: simplemente que todo lo que le hacíamos a otros era como que si lo hacíamos a nosotros mismos y todo se nos regresaba, eso lo decía sobre la misericordia que debía uno tener al respecto de los que sufrían sin ser culpables. Después de sus palabras todos se sintieron mal y votaron por el perdón, a pesar de todos los acuerdos a los cuales llegaron anteriormente. Y lo más sorprendente era que hasta aquel oficial se lo aguantó, dijo solo que no quería nunca más ver a ese sacerdote en el comité. La razón de sacar al padre Nicolás de ese equipo la encontraron fácilmente: en los barrios aledaños los sacerdotes no tenían puestos en ese tipo de comisiones, entonces él tampoco era prescindible ahí. Y el padre se alegró muchísimo de que le quitaron un peso tan grande de encima.
Pero lo más raro ocurrió después. Tres miembros del comité, quienes además de hacer muchas cosas más a parte de asistir a las cortes se le “cruzaron” en el camino al alcalde del centro provincial. Y se le “cruzaron” tanto, que estaban cerca de un caso penal: en otras partes de la Federación el principio de división del gobierno trabajaba como un reloj, pero en este sector sobre ese tipo de cosas solo se acordaban en las clases de los estudiantes de leyes, y más que todo para reírse de la estructura que en serio. Ahí fue que ellos se acordaron del padre Nicolás que él defendió en la corte a los inocentes, sin temerle a nadie. Ellos querían mucho pedirle que él les ayudara pero tenían mucha vergüenza.
Pero el padre Nicolás como que los escuchó y por su propia iniciativa se le acercó a aquel oficial al cual lo irritó aquella vez. Aquel como que si lo estuviese esperando le dijo:
¿Qué quieres de mi otra vez?
Comenzó el padre a explicarle que no tenían la culpa aquellos tres, pero él le hizo un gesto despectivo diciéndole:
Te acuerdas como en un libro muy famoso de Krylov: ¨Tu eres culpable solo porque yo quiero comer.¨ Ellos estuvieron en la hora y en el lugar equivocado.
Pero el padre Nicolás lo miro en los ojos de una manera rara, que parecía que no era solamente un padre que estaba mirando, pero como que si era alguien más importante que le estaba dirigiendo la palabra.
¡Bueno! – despectivamente dijo él. — ¡Lo resolveremos! ¡Una condición: no vengas más donde mí, ya que eres una muy mala influencia para mí!
Cogió su teléfono hizo un par de llamadas. Su autoridad en la tabla oculta de rangos era más alta que la del alcalde. Y de repente no hubo ningún caso penal y hasta se estaban disculpando por el error cometido.
Y el padre Nicolás saliendo del gabinete mayor, le prometió no estar molestándolo con su presencia, pero previo al irse se acerco de repente donde el oficial asustado lo abrazó y le dijo en voz baja: ¨¡Dios te ama!¨
… La señora Anna le estaba leyendo el libro a Nicolasito, el cual él amaba demasiado y con su nieto ella también comenzó a amar ese libro. El padre Nicolás el último tiempo frecuentemente la escuchaba, pensativamente sentado en el sillón al lado de la esposa y su nieto, el cual lo sorprendía más y más.
Anna llegó al punto donde estaban hablando de la nobleza juzgada inocentemente, a la cual el santo la salvó de la ejecución no merecida. Ellos fueron testigos de cómo San Nicolás le sacó la espada de las manos del verdugo, y no permitió ejecutar a los tres ciudadanos difamados, la inocencia de los cuales fue demostrada después. A esa gente con rangos le sorprendió no solamente la falta de miedo del arce obispo, que paró la ejecución, pero el hecho que le tocó el corazón la tragedia ajena y lo más sorprendente que el actuó con tanto poder, que nadie podía contradecir su palabra.
Después de un tiempo la ayuda la necesitaba ya esa nobleza: el alcalde de la capital los difamó por traicionar a la patria, el castigo por eso era la muerte. Los pobres en la cárcel se acordaron aquella vez del San Nicolás. ¨Si el estuviese cerca, él nos hubiera salvado, como aquella vez a los ciudadanos!¨ — pensaron ellos. Y aunque el santo estaba lejos de ellos los encarcelados inocentemente le pidieron en una súplica muy fuerte, creyendo que él los iba a escuchar a pesar de la distancia.
Y San Nicolás de verdad los escuchó. Él se apareció frente al emperador y el alcalde, y ellos se pusieron a revisar de nuevo el caso, y su resultado fue que a la nobleza no solo la justificaron sino también le regresaron todos sus derechos.
El niño con mucho interés escuchaba esa historia, sus ojos estaban brillosos de curiosidad.
¡Sabes, San Nicolás le ayudó al abuelito a portarse de igual manera! – dijo de repente Nicolasito.
¿Qué me estás diciendo? – se sorprendió Anna. – Bueno, sobre las bolsitas de oro si hubo una coincidencia. ¿Pero qué relación tiene el padre Nicolás con esto?
En los ojos del padre se veía que él estaba sorprendido de verdad de lo que le dijo el nieto, pero a su vez brillaron unas chispas en sus ojos ya que le parecía divertido que la esposa consideraba que él no podía hacer nada parecido.
Bueno, Nicolasito tiene toda la razón, — suavemente dijo él. – Escucha lo que me había pasado hace un tiempo…
Le contó todo a su esposa quien lo estaba escuchando con los ojos muy abiertos sobre su trabajo en la comisión del perdón. Sobre ese lado de su marido ella no sabía nada. Y Nicolasito como que lo sabía todo, al menos esa imagen estaba teniendo el abuelito de su nieto.

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